domingo, 9 de julio de 2017

La historia

Han pasado treinta años de aquello, y cada vez que lo recuerdo se me eriza el vello de la nuca.  Sobre todo en días como hoy, en los que la cola de personas que aguardan a que les dedique mi libro me hace ver que es un tema que interesa. Por mucho tiempo que haya pasado no se puede considerar, ni mucho menos, resuelto.
Un señor de avanzada edad, en medio de la fila, sostiene un ejemplar en sus temblorosas manos. Imposible no reparar en él. De manera regular abandona su sitio dando un paso lateral y me mira fijamente. Su mirada inquisitiva me recuerda a alguien. Las dedicatorias se suceden, presto atención a lo que me dicen, pero en realidad mi pensamiento está pendiente del anciano, encorvado y calvo que sistemáticamente abandona su lugar y me mira para luego regresar de nuevo a la cola.
Ponga “para Cecile, con cariño”, por favor me dice en un tono de voz familiar.
Aguanto su mirada, intento descifrar sus pensamientos. En sus ojos azules, enturbiados por la telilla que se ha formado en ellos, veo reflejado mucho horror.
Es cierto todo lo que relata.
digo yo.
No preguntaba.
Hago una seña al vigilante para indicarle que me tomaré un descanso y me refugio entre las estanterías de aquella librería, acompañado de aquel hombre.
Me relata que él es el monaguillo del que abusó el padre Francisco y que se sintió muy aliviado cuando leyó su historia en mi libro.
Ahora puedo descansar en paz, todo el mundo sabe la verdad.  
Le tiendo la mano y él me la besa. Le entrego su libro y abandona el lugar. Vuelvo a mi mesa para seguir firmando. Mis ojos se empiezan a nublar y tengo que tomarme de nuevo un descanso. Pensando que había escrito una historia fantástica, un relato de ficción, resultó que mis sospechas habían sido fundadas. Las habladurías de aquel pueblo perdido en la sierra eran ciertas. Buscando documentarme para una novela histórica terminé en aquel recóndito lugar. Comprendí que la historia me había elegido a mí, y no al revés. Pedí disculpas a los lectores y me retiré a mi hotel para poder llorar con libertad, llorar por aquellos niños, aquellos que me contaron, y los que no me contaron.

miércoles, 5 de julio de 2017

Lágrimas rotas


Esa noche se me acabaron las lágrimas. Rota, escocida, insensible, amargada y sobre todo, ultrajada.
El amanecer despuntó y dio de lleno en el rincón en el que, acurrucada en posición fetal, esperaba a que mi padre viniera a despertarme. Tenía que decidir si contarle lo que habían vuelto a hacer conmigo o callar de nuevo. La agonía de la noche y ese duermevela, no permitió que me decidiera. Estaba muerta si los delataba. Lo dijeron claro. Pero al mismo tiempo ya estaba muerta. No quería seguir viviendo con esa desazón sobre mi cuerpo. Pensando que no me pertenecía, que era la marioneta sexual de ese grupo de desalmados.
En lugar de mi padre entró mi hermana pequeña y vino directa hacia mí. Sus besos y caricias apenas me reconfortaron. Sus palabras me volvieron a desgarrar por dentro. `Me ha dicho uno de los mayores que podré hacer lo que tú cuando te canses`. Aquellos energúmenos sin cerebro ni corazón no iban a cebarse con mi hermanita. No podía tolerarlo. Besé su frente y me vestí como pude. Malhumorada, harta, desesperada, y sobre todo, angustiada, cogí el arma que mi padre guardaba en su armario y la oculté en mi mochila.
Un beso de despedida fue todo lo que recibió mi familia aquella mañana, un beso …. Estaba segura de que sería mi final. No pude mirarles a los ojos y pedirles ayuda. Hasta para eso último demostré ser una cobarde.
——
Estas son las palabras que mi hija escribió antes de quitarse la vida. Las palabras que pudo escribir justo después de matar a sus agresores. Esta sociedad es una puta mierda.
Su padre, desde lo alto del atril, junto al féretro de su hija, se manifestaba triste y compungido, colérico a ratos. Los presentes se frotaban la frente y se pasaban el pañuelo por la nariz, para evitar que sus lágrimas terminaran estampadas en el frío mármol de aquella capilla. El lugar hervía de personas que querían despedir a aquella mártir, mas eso no consoló a su padre.
¿Por qué no me lo contaste? levantó la voz como si esperara que ella pudiera oírle desde donde quiera que estuviera. Yo te hubiera ayudado. hizo una pequeña pausa- ¡Putos cerdos!
Las filas más próximas al ataúd plañían a moco tendido. Familiares y amigos cercanos no daban crédito a lo que había pasado. De repente, el padre sacó un arma de debajo del atril y se la puso en la sien. Un grito ahogado de sorpresa invadió la sala. La gente miraba atónita la escena, aunque comprendían el dolor de aquel pobre hombre no podían permitir que aquello ocurriera. Una mujer se levantó de su asiento y con una niña pequeña de la mano se acercó por el pasillo central.
No lo hagas. Piensa en tu otra hija.
Sus ojos se nublaron, la escena que tenía delante era como un manchurrón en un cuadro. Con suavidad soltó el gatillo para que volviera a su posición natural y dejó la pistola encima del atril. Con un gesto desgarrador en su cara se dejó caer a tierra con las rodillas y se llevó las manos a la cabeza.
¡Señor, perdóname!