miércoles, 5 de julio de 2017

Lágrimas rotas


Esa noche se me acabaron las lágrimas. Rota, escocida, insensible, amargada y sobre todo, ultrajada.
El amanecer despuntó y dio de lleno en el rincón en el que, acurrucada en posición fetal, esperaba a que mi padre viniera a despertarme. Tenía que decidir si contarle lo que habían vuelto a hacer conmigo o callar de nuevo. La agonía de la noche y ese duermevela, no permitió que me decidiera. Estaba muerta si los delataba. Lo dijeron claro. Pero al mismo tiempo ya estaba muerta. No quería seguir viviendo con esa desazón sobre mi cuerpo. Pensando que no me pertenecía, que era la marioneta sexual de ese grupo de desalmados.
En lugar de mi padre entró mi hermana pequeña y vino directa hacia mí. Sus besos y caricias apenas me reconfortaron. Sus palabras me volvieron a desgarrar por dentro. `Me ha dicho uno de los mayores que podré hacer lo que tú cuando te canses`. Aquellos energúmenos sin cerebro ni corazón no iban a cebarse con mi hermanita. No podía tolerarlo. Besé su frente y me vestí como pude. Malhumorada, harta, desesperada, y sobre todo, angustiada, cogí el arma que mi padre guardaba en su armario y la oculté en mi mochila.
Un beso de despedida fue todo lo que recibió mi familia aquella mañana, un beso …. Estaba segura de que sería mi final. No pude mirarles a los ojos y pedirles ayuda. Hasta para eso último demostré ser una cobarde.
——
Estas son las palabras que mi hija escribió antes de quitarse la vida. Las palabras que pudo escribir justo después de matar a sus agresores. Esta sociedad es una puta mierda.
Su padre, desde lo alto del atril, junto al féretro de su hija, se manifestaba triste y compungido, colérico a ratos. Los presentes se frotaban la frente y se pasaban el pañuelo por la nariz, para evitar que sus lágrimas terminaran estampadas en el frío mármol de aquella capilla. El lugar hervía de personas que querían despedir a aquella mártir, mas eso no consoló a su padre.
¿Por qué no me lo contaste? levantó la voz como si esperara que ella pudiera oírle desde donde quiera que estuviera. Yo te hubiera ayudado. hizo una pequeña pausa- ¡Putos cerdos!
Las filas más próximas al ataúd plañían a moco tendido. Familiares y amigos cercanos no daban crédito a lo que había pasado. De repente, el padre sacó un arma de debajo del atril y se la puso en la sien. Un grito ahogado de sorpresa invadió la sala. La gente miraba atónita la escena, aunque comprendían el dolor de aquel pobre hombre no podían permitir que aquello ocurriera. Una mujer se levantó de su asiento y con una niña pequeña de la mano se acercó por el pasillo central.
No lo hagas. Piensa en tu otra hija.
Sus ojos se nublaron, la escena que tenía delante era como un manchurrón en un cuadro. Con suavidad soltó el gatillo para que volviera a su posición natural y dejó la pistola encima del atril. Con un gesto desgarrador en su cara se dejó caer a tierra con las rodillas y se llevó las manos a la cabeza.
¡Señor, perdóname!

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